El feminismo, una lucha ajena a mí.
- Alejandra Barrios de La Hoz
- 20 mar
- 3 Min. de lectura

Se tiende a dar por sentado aquello que hemos conocido durante toda nuestra vida. En mi caso, y tal vez en el de muchas mujeres de mi generación, el derecho a votar, a tener una cuenta bancaria a nuestro nombre, o si quiera tener un empleo y ganar nuestro propio dinero es lo normal. Es algo que sabemos que nos corresponde, así como les corresponde a los hombres de nuestra sociedad. Pero es aquí donde solemos olvidar que no siempre ha sido así. La historia no ha sido justa con las mujeres y ha privilegiado lo masculino sobre lo femenino millones de veces. Incluso hoy las mismas mujeres desconocen y rechazan los logros del movimiento feminista en sus vidas y lo tildan como algo lejano a ellas. En este mes de conmemoración lamento escuchar la expresión “el feminismo no me representa” porque ignora por completo la esencia de este.
Inicialmente, parece necesario recordar que cuando se habla de feminismo no se debe hablar en singular, sino en plural. Existen diferentes tipos de feminismos, cada uno con sus objetivos y particularidades específicas. Por ende, decir que el feminismo no te representa, me da paso para cuestionar de qué feminismo estamos hablando. Porque, por ejemplo, si estamos hablando de un feminismo que solo abogue por las mujeres blancas del norte global incluso yo estaría de acuerdo en decir que ese no me representa. Para mí, es importante reconocer que no hay un único molde de mujer. Cada una de nosotras ha estado marcada por un contexto e historia, ya sea de colonialismo, de guerra, de resistencia, etc..., Que determina no solo nuestro papel en la sociedad, sino nuestra autopercepción.
Sin embargo, es ese mismo papel de mujer en la sociedad el que tendemos a dar por sentado. Es fácil de olvidar que otras han construido el camino por el que yo ahora estoy caminando y que derechos de los que puedo gozar son solo el producto de una extensa lucha para reconocer que las mujeres también tenemos voz y voto. El intentar alejar aquello que ya se nos fue concedido es inútil y peligroso. Alejar el feminismo es darles la espalda a todas y cada una de las mujeres que nos han formado y enseñado que merecemos alzar nuestra voz, pero que, sobre todo, tenemos que cuidarnos las unas a las otras. ¿Quién más va a gritar cuando suceda una injusticia? ¿Quién más va a reclamar que se cumplan nuestros derechos? ¿Quién más va a exigir que respeten nuestras decisiones y nuestros cuerpos? Nadie más que alguna de nuestras abuelas, mamás, tías, primas, hermanas o amigas. Nadie más que alguna de las maravillosas mujeres que nos rodean.
Por ello, si tanto les incomoda el feminismo, lean sobre ello. Si tanto les molesta que en las marchas se destruyan monumentos o se rayen paredes, pregúntense la verdadera razón de por qué lo hacen, o acaso, ¿duele más una pared que una víctima de la violencia machista?
Si hay algo por lo que me siento orgullosa de la lucha feminista, es porque me ha enseñado que incomodar no está mal. Exigir que se me dé el mismo respeto que a un hombre no me hace maleducada. Expresar mi opinión, por muy impopular que pueda llegar a ser, es igual de valida y no me hace descortés. Mis sentimientos no son una debilidad, son la conexión necesaria que me permite empatizar con otros y con mi entorno. Y, lo más importante, el consentimiento es la base para toda relación y que nunca, pero nunca, se nos olvide que “No” significa “No” y que mi cuerpo, mi decisión.
Es momento de entender que el feminismo no es un capricho. No son mujeres resentidas o solteras peleando contra una pared. Son miles de mujeres en diferentes partes del mundo señalando las injusticias que se cometen contra ellas mismas por motivos de género. Son miles de voces que gritan para que los crímenes que se cometen contra nosotras no queden en la impunidad y en el olvido. El feminismo no es una lucha lejana a ninguna mujer. Por el contrario, es la fuerza que construye lazos de sororidad y fortalece la lucha compartida por la justicia y equidad.
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