Discordia tras la muerte de Miguel Uribe: Un llamado a Colombia
- Keily Alejandra Matoma Navarro

- 11 ago
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Hoy, 11 de agosto de 2025, a la 1:56 a.m., se reportó el fallecimiento de Miguel Uribe Turbay, exsenador y aspirante a la presidencia de 2026, hecho que ha generado conmoción y muchas preguntas en nuestro país.
El sábado 7 de junio de 2025, Miguel Uribe Turbay —senador y precandidato presidencial del Centro Democrático— encabezaba un mitin político en el parque Golfito, en el barrio Modelia, localidad de Fontibón, en Bogotá. Cerca de las 15:30, tras visitar una panadería y saludar a seguidores, se encontraba pronunciando un discurso cuando, desde una distancia muy cercana, un adolescente, de entre 14 y 15 años, le disparó en múltiples ocasiones, impactándolo en la cabeza, el cuello y la pierna izquierda.
Fue auxiliado de inmediato y trasladado primero a la Clínica Medicentro y luego a la Fundación Santa Fe, donde permaneció en estado crítico y fue sometido a múltiples cirugías. Las autoridades capturaron al autor material y a otros presuntos implicados, mientras ofrecían hasta 3.000 millones de pesos de recompensa por los responsables intelectuales.
Durante julio, su salud mostró leves signos de mejoría, pero a inicios de agosto sufrió un retroceso grave debido a un sangrado cerebral, lo que lo llevó nuevamente a neurocirugías de urgencia. Finalmente, falleció el 11 de agosto debido a complicaciones derivadas de esta hemorragia.

A juicio personal, desde el principio, fue claro que detrás de este hecho hubo un sicario, es decir, una persona contratada para cometer un acto violento con consecuencias fatales. Eso parece incuestionable: alguien tomó la decisión, alguien dio la orden.
En cuanto a los posibles responsables, existen varias hipótesis, pero ninguna certeza. Podría tratarse de una acción con intereses políticos estratégicos, de un grupo o persona que viera en Uribe Turbay una figura incómoda, o de motivaciones personales ajenas al debate político. Todas son posibilidades; ninguna es certeza.
Por eso, no es prudente ni responsable señalar a un sector político o a un líder en particular sin pruebas. Los mensajes que apuntan directamente a “un lado” o “el otro” no aportan a la verdad ni generan cambios reales; por el contrario, alimentan la desinformación, distorsionan la capacidad de análisis y debilitan el pensamiento crítico de la ciudadanía.
Colombianos, no somos jueces ni dioses. Ni jueces para dictar veredictos, ni dioses para conocer la verdad absoluta. Somos ciudadanos con derecho a opinar, con la responsabilidad de evitar caer en sesgos que nos puedan llevar a la desinformación o el fanatismo. La falta de pruebas no puede suplirse con la rabia, la simpatía política o el deseo de tener “una explicación rápida”. Al contrario. En momentos así, la prudencia y el respeto por los procesos de investigación son la única vía para acercarnos a la verdad, evitando perpetuar un clima de confrontación estéril.
Podías estar de acuerdo o no con sus posturas, como con cualquier otro líder, y como tal, era parte del panorama democrático del país. Miguel Uribe Turbay tenía vínculos y afectos. Era hijo, esposo y padre. Su muerte representa, ante todo, una tragedia. Por el momento, lo más sensato sería abordar el tema con la serenidad y el respeto que merece cualquier ser humano.
Este no es un llamado a la homogeneidad ni a pensar igual, sino a tratar el tema con la suficiente prudencia para no desinformar y para permitir que el país reflexione sobre el impacto de la violencia política. Que se le permita descansar en paz, y que la conversación que dejemos a su paso sea una que invite a la reflexión crítica, no a la división. Que podamos, como sociedad, aprender a enfrentar nuestras diferencias sin destruirnos mutuamente. La verdad debe salir a la luz y la justicia, en su momento, deberá actuar con total independencia y firmeza para esclarecer los hechos y determinar responsabilidades.




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